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Es creado con la finalidad de recopilar, sistematizar y ordenar diferentes fuentes documentales, sobre los sitios históricos de Caracas, a través de reseñas e imágenes que colaboren al conocimiento de nuestra identidad cultural en la sociedad venezolana.

lunes, 11 de enero de 2010

Esquinas Históricas de Caracas lll Parte

Esquina de Peláez

Nuestros cronistas han preferido eludir el tema de la esquina de Peláez, no sólo porque en el sitio han acontecido pocos hechos recordables, sino por que han carecido de datos sobre el personaje que dejó su nombre en aquel lugar, alejado del centro de la ciudad y rodeado de otros ángulos con sugestivos e igualmente populares nombres, tales como las esquinas del Muerto y del Sordo. Al principio de este siglo la esquina de Peláez contaba con cierta animación por ser pasadizo obligado para llegar a Puente Hierro, que no sólo en la vía que conducía al popular suburbio de el Valle, sino que daba acceso a la estación de ferrocarril situada al pie de la Roca Tarpeya. En tiempos anteriores, el camino se iniciaba en la esquina de Alcabala, pero la construcción del Puente corrió hacia Peláez la embocadura del sendero. La inmediata cochera del General Gómez, cenáculo de parientes y partidarios del futuro dictador, a la vez garito y antro, en el que, en medio de los vapores del alcohol se tramaban los más criminales conjuras, alcanzó la peor de las famas desde aquél día de 1907 en que Eustoquio Gómez, y el general Nieto, presa de la más obscena embriaguez, pasaron de la cochera de Peláez al entonces afamadísimo restaurant Bois de Boulogne, inmediato a Puente de Hierro y vecino a la quinta de la señora Soledad de Braun. Como la cuerda o rasca de tan poderosos alborotadores había causado alarma y confusión en la ciudad, el propio gobernador de Caracas, el educado galeno, doctor Luis Mata Illas, se hizo presente en el sitio con el pacífico propósito de poner fin a la prolongada embriaguez usando las maneras más amistosas; pero el instinto criminal, alentado por los efectos del brandy confundió la intención del gobernador, que fue acribillado por siete disparos hechos a quemarropa por los ebrios contra los que no valió nada la ciencia del Doctor Razetti. Negra fama adquirieron aquello contornos; aledaños en que se enseñorearon los guapetones, pavoneando su agresividad hasta la esquina de la Palmita. No obstante, en los animados desfiles carnavalescos de entonces, una vez corrida la caravana hasta la Cruz d Candelaria y dando el “corso” vuelta por la de Miguelacho, torcía al sur en Salvador de León para llegar a la esquina de Peláez, donde el juego se hacia más áspero y un momentáneo temor asaltaba a las comparsas de las carrozas, hasta que al volver en la esquina de Mamey, de nuevo al norte, la comitiva recuperaba su espontánea alegría.

¿Cuál fue el origen del cognomento? En el primer cuarto del siglo XVIII se avecindó en Caracas Don Manuel Peláez y flores, noble originario de la ciudad de Zamora, urbe antiquísima flanqueada por el Duero, que corre con reminiscencias del Lazarillo de Tormes y evoca a la legendaria Doña Urraca, señora del antiguo Reino de León, hijo, nieto y biznieto de nobles, parecía carecer de las presunciones de la hidalguía, pues contradiciendo las tradiciones de su pureza de sangre, se dedicó al oficio del comercio de telas, por lo que montó una mercería en la que se ocupaba de “varear” tejidos sin que les pareciera deshonra ganarse la vida con las tijeras, al vender lienzos a la medida. Aquel oficio ordinario hacia que la nobleza caraqueña le mirara de reojo, cosa que parecía tener sin desdén a la hidalguía a la que pertenecía por sangre fuera poco manifiesto, se enamora y se casa (marzo de 1724) con una expósita caraqueña de nombre Ana Lorenza Samar, quien como tal, no tenía padres conocidos ni genealogía. Pero poco parecía importar tal circunstancia al honrado Don Manuel Peláez, quien parecía muy feliz cortando piezas y retazos y amando a su mujer, quien le dio nueve hijos. Pero he aquí que los hijos crecen; uno se hace presbítero y los demás, más ambicioso s y vanidosos que su padre, no están dispuestos a renunciar a los privilegios y excensiones que le pertenecían por sangre. Esto hace que Don Manuel se dirija al Ayuntamiento y al gobernador para que se le reconozca a él y a sus hijos su estado en la nobleza, en 1754. El Cabildo responde que no existe impedimento para aceptar a Don Manuel como hijodalgo, con tal de que abandone el oficio de “varear” telas; pero en cuanto a sus hijos, no podrían ser reconocidos como nobles a no ser que presentara la genealogía de la madre. Ante esta negativa que priva a su descendencia de sus derechos legítimos, Peláez recurre al Rey , quien por Real Cédula firmada en el buen Retiro, el 25 de marzo de 1756, ordena el Ayuntamiento caraqueño y a cualquier otra jurisdicción de las provincias de ultramar, que se amita a los Peláez en el estado noble, acatando la orden que había enviado al gobernador Ricardos con anterioridad; pues la objeción sobre la falta de genealogía de la madre no era valedera, ya que por su condición de expósita se hallaba bajo la protección del Rey. Lo que provenían las leyes era que el peticionario, su padre, su abuelo y línea recta de varón fueran nobles reconocidos, como sucedía en el caso presente. Así fue como Don José Antonio, Don Domingo, Don Manuel Antonio, sacerdote; Don Juan Antonio, Don Diego José, Don Basilio, Don Lorenzo y Don Antonio Venancio Peláez ingresaron al estado noble de Caracas.

La familia Peláez habitó, según parece evidente, entre las esquinas de Llaguno y Cuartel Viejo, sector que recibía a mediados del siglo XVIII el nombre de cuadra de Peláez en la que la fecunda pareja hubo de poseer amplio solar para esparcimiento de tan numerosas prole. El sui géneris matriarcalismo caraqueño hizo que por largos años la esquina se llamara de “las Pélaez” feminismo repetido en muchas esquinas de la ciudad por notoriedad de sus mujeres, como fue el caso de Doña María del Carmen Peláez y Hurtado, quien casó con Don Esteban Ponte y Blanco, Caballero de la Orden de Alcántara.


Esquina de las Gradillas

Esta vista cubre la antigua Plaza Mayor, hoy Plaza Bolívar desde su centro hacia el sureste. Se dibujan claramente las arcadas del lado sur con su gran portal de entrada, hechos todos de piedra, o como decía un observador, “de cantería azul muy fina”. Calle por medio se observa el edificio del Palacio Arzobispal con sus macizos ventanales y balcones con alero. Este edificio puede observarse hoy día algo transformado, pues tiene un portón en la esquina, que evidentemente no tenía; desaparecieron los antepechos de las ventanas y los aleros de los balcones, así como el labrado portal con columnas, de la entrada principal.

Esta antigua casona, vivienda y oficina de los obispos y arzobispos, sirvió hasta de cuartel a la legión Británica en los tiempos de la guerra por la independencia.

Como no eran suficientes las “canastillas” dispuestas bajo los portales para la venta de los más variados géneros, se levantaban en plena Plaza los toldos bajo los que bullía el animado mercado de la ciudad. En años posteriores este mercado pasó a la Plaza de San Jacinto y a las vecindades de la Esquina de Miranda.

La casa de un piso que se observa en la diagonal, es la casa de Bolívar, que heredó nuestro héroe con todos sus enseres mediante el vínculo Aristiguieta.

El borde oriental de la Plaza estaba limitado por una cerca con sus respectivos faroles que se encendían todas las noches.

De nuevo, calle de por medio a la izquierda, se ven construcciones pertenecientes a la Catedral Metropolitana. De lado y lado del portal de arco que daba acceso al cementerio de la iglesia, estaban las habitaciones y la cárcel para los eclesiásticos. Hacia el sur, estuvo situado el primer Seminario de Caracas cuya fundación no se llegó a realizar, y el primer Palacio Obispal; ambas construcciones fueron completamente desechas por el terremoto de 11 de junio de 1641, día de San Bernabé.

Esta Esquina de las Gradillas, así llamada porque existieron en ella unas gradas para bajar de la calle de la iglesia a la transversal que la cruzaba frente al Palacio Obispal que estaba en un nivel inferior, ha sido siempre un cruce de gran animación.

Damas caraqueñas, poetas, intelectuales, políticos y comerciantes concurrían a ese centro en el que se dirimían lo más variados asuntos de la vida citadina y se daba pábulo al caraqueño humor.

Cuenta la tradición que, cuando el arzobispo Méndez que era tuerto mandó refaccionar el Palacio Arzobispal, muy dañado años atrás por el sismo de 1812, la ventana de la esquina quedó algo torcida.

Como quiera que el farol que allí se puso tampoco quedara derecho, el humor popular celebró la ocurrencia con el siguiente epigrama que se colocó en la esquina de Las Gradillas, en la pared del Palacio Arzobispal:



“Tuerta la Ventana
Tuerto el farol
Tuerto el Arzobispo
Tuerto el Provisor”

A lo que añadió un transeúnte aún más chistoso:
“Y Tuerto los vecinos
Del rededor”.

Esto último aludía a un comerciante francés de apellido Rey que tenía su tienda en la casa de Bolívar y había perdido un ojo en la batalla de Leipzig y a un señor Hernández que tenía una canastilla frente al Palacio Arzobispal.


Esquina de Principal

Dos maquetas, una de tiempos remotos y otra más moderna, nos muestran esta histórica Esquina de Principal.

En la antigua, la artista nos enseña el pequeño cuartel de dos pisos, uno para los oficiales y otro para los soldados, que era la sede de la Guardia Principal. Este reducido edificio ubicado dentro de la Plaza Mayor, vecino a las arcadas de piedra, fue el que dio nombre a la esquina que desde esas remotas épocas se conoce como Esquina de Principal.

La construcción alargada que se ve, al cruzar la calle, fue la Cárcel Real. En ese sórdido edificio fueron castigados y torturados esclavos, revolucionarios y hasta gobernadores. Las rejas permitían a algunos de los reos el contacto con el exterior “para que pudieran practicar la caridad pública”.

Por esa puerta frontal, salió José María España maniatado, con el blanco atuendo de los proscritos, arrastrado por una cuerda atada a la cola de una bestia mular. Halado de esa manera infamante, pasó bajo el arco de piedra inmediato que daba acceso a la Plaza. a la izquierda de las tiendas de lona, hacia el centro de la Plaza, estaba situado el rollo y la horca para el castigo de los condenados. Hasta allí, en una mañana de Mayo
(8-5-1799) fue humillado el Patriota y ahorcado por el verdugo. El Cura de la Catedral Dr. Vicente Echeverría, amigo de España, pero fiel también a la Madre de España, pronunció en el momento sentidas palabras que nos ha transmitido la tradición por medio de Juan Vicente González. Escojamos unas pocas:”Dejadme llorar como David, al nuevo Absalón que ha fenecido colgado de ese árbol funesto: Absalón fili mi…!”…Mi fé es de mi Rey; dejadme mis lágrimas para mis amigos”.

Enseguida, el Ministro de la Real Justicia (Así se llamaba al verdugo) un negro de nombre Agustín Blanco, procedió a su horripilante trabajo ante la silenciosa ante la silenciosa concurrencia; cortó primero la cabeza, que colocada en una jaula debía levantarse en un poste en el camino de la Guaira; luego, procedió a partir el cuerpo de España en cuatro cuartos, cada uno de los cuales debía colocarse en los sitios señalados en la sentencia. Ese fue el triste destino de uno de esos grandes héroes, que con el sacrificio de su vid abrieron las brechas que ensancharon nuestros próceres en la conquista de nuestra independencia.

La maqueta moderna de la Equina de Principal nos muestra la Casa Amarilla en el lugar de la Cárcel Real. Esta es hoy, nuestra Cancillería, y desde fines de siglo pasado sirvió de vivienda a algunos Presidentes de la República.

En su extremo izquierdo, esta fachada nos muestra un balcón con tres arcos, que marca la ubicación del Consejo Municipal en 1810. El 19 de abril, cuando Francisco Salias y sus compañeros conminaron al gobernador Emparan en la puerta de la Catedral para que volviera al Ayuntamiento, el pueblo se apiñó bajo ese balcón en espera del pronunciamiento del Cabildo.

Célebre es la escena que protagonizaron el gobernador y los concejales cuando Emparan se asomó al balcón para consultar la opinión popular.

Un prominente médico republicano con cuya memoria se ha sido ingrato, fue la voz del pueblo al contestar: reforzando el NO, con amplias negaciones de brazos y manos. S e trataba del Dr. Rafael Villareal. Según el historiador Yanes, testigo de los acontecimientos, después de esa manifestación del Dr. Villareal, siguió el vocerío popular y el gesto del Padre Madariaga, quien ha pasado a la historia como el promotor de la negativa pública haciendo señas tras el derrocado gobernador.




















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