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Es creado con la finalidad de recopilar, sistematizar y ordenar diferentes fuentes documentales, sobre los sitios históricos de Caracas, a través de reseñas e imágenes que colaboren al conocimiento de nuestra identidad cultural en la sociedad venezolana.

viernes, 22 de enero de 2010

Ciudad Universitaria

La ciudad Universitaria de Caracas, sede de la Universidad Central de Venezuela, es la obra cumbre del arquitecto venezolano Carlos Raúl Villanueva, constituyendo así el más importante legado de la modernidad venezolana.

Esta magnifica obra aparece como el monumento de síntesis del pensamiento arquitectónico de Villanueva y concretiza, dentro de un lenguaje innovador, tanto los principios de la formación académico del maestro como su capacidad de interpretar los valores de la arquitectura tradicional venezolana. En este sentido, a partir del estudio de su obra se puede indagar sobre la presencia o no de lenguajes lecorbusierianos, característicos de la época, como lo son los pilotis o columnas, fachadas libres, ventanas continuas, terrazas abiertas y búsqueda tipológica de las plantas de arquitectura; junto a la aparición de un lenguaje de elementos caracterizados por parasoles, muros, pasillas, aleros, persianas, huecos, luz, sombras, que responden a las condiciones naturales del lugar como lo son el clima, la topografía, la vegetación y el sol.

En esta obra, junto a la aplicación de los principios estéticos anteriormente mencionados que tienen como objetivos el desarrollo de niveles éticos dirigidos al crecimiento moral y al desarrollo de las capacidades creativas de la comunidad, lo más importante, según Villanueva, es el aspecto social, el hombre, hacia cuyo desarrollo deben estar dirigidas todas las búsquedas arquitectónicas principio este que repetirá en toda su obra y como director de los Talleres de Arquitectura del Banco OBRERO.

La Ciudad Universitaria de Caracas, obedece a un Plan General que se construyó en etapas entre los años de 1944 a 1956. Entre algunas de sus edificaciones se citan sin jerarquizar al Hospital Clínico Universitario, las facultades de: Odontología, Farmacia, Ingeniería, Arquitectura, Derecho, Humanidades, Plaza cubierta, Rectorados, Biblioteca, Aula Magna, Institutos, Estadio Universitario y otras importantes obras que conforman este gran conjunto.

Para la consecución formal de la arquitectura, Villanueva parte del empleo de categorías estéticas del espacio, la función y forma junto a la utilización de los mayores avances en la técnica de la construcción; cuyo pensamiento se fundamentó en la idea de progreso y en la de integración del arte a la arquitectura.

La idea del espacio como esencia de la arquitectura comienza a desarrollarla en el edificio del Hospital Clínico Universitario, donde las formas curvas de los balcones junto al estudio del color de las fachadas se dirigen a la dinámica del conjunto; partiendo del concepto de analogía mecánica que recuerda la construcción de barcos y tiene sus antecedentes en la estéticas del futurismo. Esta idea del espacio como generador de forma la concretiza con mayor énfasis en la Plaza Cubierta del Rectorado donde las formas curvas, orgánicas, unidas, a los efectos de luz y de sombra crean un espacio cinético; el mismo será llevado a su máximo efecto en el Aula, donde la arquitectura de Villanueva
se integra con la obra plástica de tendencia cinética representada por las Nubes o Platillos Voladores del artista norteamericano Alexander Calder; conformando una de las obras de mayor importancia en el mundo.

Continuando con su idea de espacio cinético concibe la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, donde los factores de luz y de sombra de nuevo establecen la dinámica de la edificación; mientras que durante la noche por efectos de la iluminación artificial desde la autopista se percibe un efecto energético, cinético, del edificio, que pareciera tender a la dematerialización de la forma, como presencia de un lenguaje arquitectónico novedoso y contemporáneo.

La idea del espacio aparece también en la Ciudad Universitaria en otras edificaciones y elementos del conjunto, en los cuales Villanueva parte del concepto de lugar o hitos de significación espacial; esto lo logra con la participación de un seleccionado grupo de artistas de la mayor representatividad del arte moderno. Entre ellos se citan a: Armando Barrios, Oswaldo Vigas, André Bloc, Pascual Navarro, Mateo Manaure, Carlos González Bogen, Victor Vasarely, Fernad Léger, Henry Laurens, Jean Arp, Alexander Calder, Alejandro Otero, Jesús Soto, Francisco Narváez, Alirio Oramas, Omar Carreño, Víctor Valera, Miguel Arrollo y Baltasar Lobo entre otros; que hacen de este recinto universitario un gran museo de arte moderno; donde la obra a partir de la idea de síntesis de las artes, deja de tener valor contemplativo para adquirir un carácter didáctico y formativo de los estudiantes y visitantes de la Universidad Central de Venezuela.

Otro de los aspectos importantes para el estudio de esta obra es la concepción técnica de la misma, para lo cual Villanueva parte de la idea de progreso y accede a la alta tecnología del concreto y a la aplicación de las más recientes técnicas acústicas, eléctricas y sanitarias. Tanto el Aula Magna como las edificaciones deportivas son ejemplo de esa búsqueda plástica que enfatiza el carácter de los materiales, expuestos en su expresión verdadera.

Junto a la arquitectura, el paisajismo adquiere en esta obra dimensiones verdaderamente novedosas, esto debido al amor que el arquitecto profesa por las especies vegetales locales, las cuales al igual que con las obras de arte integra a su arquitectura, creando espacios bucólicos como el Jardín Botánico que parecen recrear la idea de Paraíso.

La Ciudad Universitaria de Caracas ha sido el hogar donde se han formado muchas generaciones de profesionales, cuyo aporte ha sido fundamental dentro de la vida política, económica y social del país. De su seno han salido grandes hombres y mujeres que con su aporte han engrandecido el nombre de Venezuela.

Fue decretada Monumento Histórico Nacional según Gaceta Oficial Nº 35.441 de fecha 01 de Septiembre de 1993 y Bien de Interés Cultural según Gaceta Nº 36.472 de fecha 10 de junio de 1998. Además fue decretada por la UNESCO, Patrimonio Cultural de la Humanidad en el año 2001.

Sitio de Búsqueda: Biblioteca de la UCV/ INCES

Fuente Bibliográfica: Cruz Edgar, 25 Monumentos de Caracas, Ediciones Fundarte. 2000. Caracas, pag.102-103

jueves, 21 de enero de 2010

Las Torres del Silencio

Las Torres de El Silencio Significaron en los años cincuenta la identidad nacional de un país que había pasado de una condición agrícola a país petrolero, y los inicios de su industrialización.

Esta construcción re realizo sobre áreas que antiguamente ocupaba el Hotel Majestic, demolido para tal fin. Y Obedece a una concepción urbanística proveniente del Plan Rotival de 1939.

Diseñadas y construidas por el arquitecto venezolano Cipriano Castro Domínguez, entre los años 1952y 1954 formaron parte del proyecto integral de la Avenida Bolívar y el centro Federal Administrativo, concebido desde 1948 y finalizado en obras en 1957.

Las torres de El Silencio están conformadas por dos paralelepípedos que se levantan airosos sobre un volumen rectangular, y un sistema de plazas, pasillos, pórticos, portales, áreas comerciales, estacionamientos subterráneos; atravesadas e integradas además por la Avenida Bolívar a la trama urbana de la ciudad.

Ambos edificios establecen una transición espacial con el conjunto de la Urbanización de El Silencio proyectada por Villanueva. Comenzando con alturas de 7 metros hasta los 10 metros en su unión con las torres de veintiocho pisos, más tres sótanos.

Las dos edificaciones que se identifican como Torre Norte y Torre Sur, miden de ancho 20,35 metros y 23,25 metros, respectivamente, destinadas al comercio y servicio.

El primer sótano posee locales comerciales al igual que el piso puente situado entre las dos torres.

Los volúmenes del conjunto, expresión del más claro funcionalismo, representan además una concepción elementarista lograda a partir de la reivindicación de los factores locales del clima y la geografía. Estos se concretizan en la obra de forma de aleros, pasillos, plazas, balcones y terrazas.

Junto a su concepción moderna la formación academicista de Cipriano Domínguez, heredera de Beaux-Arts de París, se observa en la utilización del sistema estético de la proporción y la simetría como reguladores de la forma; así como en la idea purovisualista donde el ritmo dinámico de la composición está presente en los pilotes, rejas y bloques huecos que agilizan la masa corpórea del conjunto.

El concepto de integración de las artes también se hace evidente en esta edificación; obtenida por el empleo de masas polícromas que establecen con la geometría un diálogo en tensión y la presencia de obras de arte sobre sus muros.

Así el acento nacionalista de la edificación se logra en el mural “Amalivaca, Mito Caribe de la Creación” realizado por el artista venezolano César Rengifo entre 1954 y 1955. También la obra de otros artistas como Guayasamín de 1954, forma parte del patrimonio artístico del conjunto.

En la concepción de Cipriano Domínguez subyace la idea de progreso, lograda por medio del empleo de la alta tecnología de la construcción y de una reinterpretación de los lenguajes lecorbusierianos provenientes de Chandigarh; que para entonces también dio sus frutos en otros países de América Latina.

Actualmente las Torres de El Silencio se caen a trozos, por lo que requieren una urgente restauración, debido al deterioro causado en sus espacios, destrucción de techados, mármoles y mosaicos vitrificados en paredes, pisos y techos, así como la degradación de sus espacios de integración urbana.

Las Torres de El Silencio constituyen uno de los primeros intentos de integración de arquitectura a la trama vial de la ciudad.


Sitio de Búsqueda: Biblioteca de la UCV/ INCES

Fuente Bibliográfica: Cruz Edgar, 25 Monumentos de Caracas, Ediciones Fundarte. 2000. Caracas, pag. 98-99..

Plaza Altamira

La Plaza Altamira, hoy llamada Plaza Francia, se encuentra ubicada en la urbanización Altamira, entre las avenidas Francisco de Miranda, Luis Roche y san Juan Bosco.

La plaza Altamira conforma un gran rectángulo limitado al norte por edificio Altamira, de 1942, obra del arquitecto Arturo Khan; al sur por el edificio del Teatro Altamira y la Torre Británica; y en los lados este y oeste por una barrera de edificios donde destaca la arquitectura del Hotel Montserrat; la plaza aparece como un recinto arquitectónico dentro de un espacio publico.

Dicha Plaza, constituye el centro vital del sector como lugar de esparcimiento y pertenece a un estilo manierista.

El Obelisco, ubicado en su centro, es un pilar de piedra, alto y de base cuadrada que se estrecha arriba con una punta en forma de pirámide, es un faro que ilumina las noches de Altamira. La forma del Obelisco contrasta con las de las volutas sobre una base ornamentada con motivos vegetales, base ornamentada con motivos vegetales, mascaron y conchas. A su vez éste se apoya sobre el centro de tres niveles o fuentes superpuestas, donde la del nivel más bajo contiene canales escalonados sobre los que cae el agua en el estanque; las paredes del monumento so de piedra y está adornado con motivos de conchas marinas.

Hacia el lado norte se ubica un espejo de agua y un pabellón en malla metálica sobre pilotes de concreto. Enmarcando este sector, el edificio Altamira se integra al espacio de la plaza a través de dos volúmenes angulosos que semejan brazos, cuyos códigos se repiten en las semicircunferencias del pabellón

Hacía el sur de Obelisco, otro nivel deja sobre un muro de contención El Ninfeo que rememora el de la Villa Bárbaro de Palladio En Venecia. En su centro un nicho vacío con arco de medio punto dinamiza su carácter planimetrito; a sus lados escaleras permiten descender a ese nivel, donde también se ubica el segundo estanque creando una cascada sobre el nivel de Metro.

Un eje simétrico atraviesa el centro de la plaza dividiéndola en dos partes iguales, ordenadas y proporcionadas. A cada lado los jardines geométricos con pequeños cubos y esferas en sus esquinas, contienen motivos vegetales de gran colorido.

La vida de la plaza se desarrolla en las áreas de bancos, jardines, zonas sombreadas y arboladas, y el estacionamiento subterráneo.

La plaza Altamira fue remodelada durante la construcción del Metro de Caracas, a finales de la década del 70 y comienzos de los 80, época en la cual se elaboraron las escaleras hacia los espacios interiores del mismo; además se creó un anfiteatro en el lado sur de la avenida Francisco Miranda.
La plaza Altamira ha vivido momentos trágicos como el terremoto de Caracas de 1967, manteniéndose intacta. Es uno de los espacios urbanos más bellos de Caracas.

Sitio de Búsqueda: Biblioteca de la UCV/ INCES

Fuente Bibliográfica: Cruz Edgar, 25 Monumentos de Caracas, Ediciones Fundarte. 2000. Caracas, pag. 90-91..

miércoles, 20 de enero de 2010

El silencio

La reurbanización El Silencio realizada por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva. Su construcción, durante el gobierno de Isaías Medina Angarita, se realizo sobre el área que anteriormente ocupada el barrio del mismo nombre, denominado así por la desolación causada en ese sector de la ciudad durante la peste de 1658, cuando gobernaba Don Pedro de Torres. Antiguamente el barrio perteneció a la parroquia de San Pablo, cambiando luego de nombre a Santa Teresa por instrucciones del General Guzmán Blanco, en 1876.

El nombre de El Silencio comienza a mencionarse en 1843, cuando Ángel Jacobo Jesurun se avoca a esta área.

El proyecto de reurbanización de El Silencio plantea algunas modificaciones al Plan de Rotival algunas modificaciones al Plan de Rotival de 1939. En esta obra Villanueva, desde el Banco Obrero, actualmente Instituto Nacional de Viviendas, INAVI, da prioridad a las soluciones habitacionales antes que a propuesta de tipo monumental de difícil realización por lo elevado de los costo.

Dicho conjunto fue concebido con una serie de espacio conformados por parques infantiles, centro de deportes, plaza principal, sitio de reunión y zonas comerciales en las plantas bajas de algunos bloques. Con una capacidad de ochocientos cuarenta y cinco viviendas, distribuidas en apartamentos de cuatro, tres y dos dormitorios más cuatrocientos locales de comercio y pequeña industria, áreas de calles y espacio libres.

En El Silencio, Villanueva establece una síntesis arquitectónica entre los lenguajes modernos y los vernaculares provenientes de la arquitectura colonial. A partir de un profundo conocimiento, histórico de las edificaciones de nuestro pasado colonial de las que extrae principios elementales, entre los que destacan en esta obra la evolución de la portada caraqueña; repetida como modelo portales de las desaparecidas casas de López Méndez, Felipe Llaguno, Pedro de La Vega, Conde de San Javier, Conde de Tovar etc.

Dicho lenguaje elementarista, esta conformado por: portales, pórticos, columnas bulbiformes, arcadas de medio punto, pasillos de circulación, balcones, etc. junto al empleo de la geometría representada por paralelepípedos y la imagen del cuadro.

A través de los pórticos Villanueva logra crear unas avenidas peatonales ubicadas en la planta baja de las edificaciones, paralelas a las vías de circulaciones vehicular. Estas presentan un ritmo dinámico acentuado en las arcadas de medio punto, las cuales descansan sobre columnas bulbiformes; su forma proviene de aquellas que antiguamente existieron en el Colegio Chávez.

Alineadas sobre los pórticos se desarrollan las viviendas con sus fachadas planimétricas. Identificadas a partir de las aberturas cuadradas de sus ventanas y de la sobriedad de sus balcones. Muestran un equilibrio en tensión entre los dos cuerpos de las edificaciones, a partir de la confrontación entre el movimiento y la estaticidad.

Las manzanas del conjunto poseen un espacio central verde, libre de construcciones, semejantes al patio de nuestra casa colonial o a la concepción modernista empleada en la Plan Cerda de Barcelona, España.

El proyecto de Villanueva incluye la fuente las Toninas ubicadas en la Plaza O´ Leary, realizada por el escultor venezolano Francisco Narváez. La misma se concibe como el centro de los conjuntos residenciales de Carlos Raúl Villanueva y de las Torres proyectadas por Cipriano Domínguez, unificándose dichos conjuntos por la continuidad de sus pórticos.

Fue decretado Bien del Interés Cultural el 29 de enero de 1999.


Sitio de Búsqueda: Biblioteca de la UCV/ INCES

Fuente Bibliográfica: Cruz Edgar, 25 Monumentos de Caracas, Ediciones Fundarte. 2000. Caracas, pag.86-87
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jueves, 14 de enero de 2010

Los Museos

Los museos se encuentran ubicados en el acceso al Parque de los Caobos. Están conformados por edificio representativos del antiguo Museo de Bellas Artes, hoy Galería de Arte Nacional. GAN, y el Museo de Ciencias Naturales. Su construcción data de 1936, cuando fueron concebidos por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva; quien además es autor de la Ciudad Universitaria de Caracas y de la Reurbanización de El Silencio, entre otras obras.

En su época, la edificación de los Museos de los Caobos significo la consolidación institucional de las áreas de la cultura y de ciencia, cuya historia museísta en nuestro país tiene su origen en el siglo XlX. Así el primer intento de museos se remonta a 1844 cuando Juan Manuel Cajigal, Jacinto Gutiérrez y José Rafael Revenga presentan el proyecto para creación del Museo Nacional. Pero no será sino hasta 1875 cuando el científico alemán Adolf Ernst, después de crear la Cátedra de Historia Natural en la Universidad central, crea le Museo Nacional en el edificio de San Francisco, el cual se divide luego en el Museo de Arqueología e Historia Natural y en el Museo Bolivariano.

Museo De ciencias

En 1935 se consolida eL museo de Ciencias, y en 1940se inaugura la sede realizada por Villanueva. Su primer director fue el arqueólogo Walter Dupouy, le cedieron el cargoK J. M. Cruxent y Abden Ramon Lancini. En 1991 se creo la Fundación Museo de Ciencias.

El edificio del Museo de Ciencias esta conformado por un conjunto de salas, con colecciones de: antropología, física, etnografía, arqueología, anfibios y reptiles; aves, mamíferos, petrología, mineralogía y paleontología; concebido además a parte de las mas modernas técnicas museográficas de registro, documentación, conservación, restauración e informática. En su sede funciona también el Centro de Estudios Africanos y Afroamericanos

Museo de Bellas Artes

Por otra parte el Museo de Bellas Artes comienza su historia en 1877 cuando Guzmán Blanco crea el Museo Nacional. Dos años más tarde, 1879, se ubica en el antiguo edificio de la Universidad, con el nombre de Instituto de Bellas Artes dirigido por Ramón de la Plaza y Antonio José Carranza. En 1883 en la Exposición Nacional, Salón de Bellas Artes, consolida por primera vez el arte nacional con obras de Martín Tovar y Tovar, Antonio Herrera Toro, Manuel Cruz, Cristóbal Rojas y Arturo Michelena, entre otros.

Hacia 1918 se crea el primer Museo de Bellas Artes, ubicado también en el edificio de la antigua Universidad y dirigido por Chiristian Witzke. Después de algunos años, en los cuales se remodela el viejo edificio, se consigue crear una nueva sede. Así en 1938, el General Eleazar López Contreras inaugura en los Caobos el edificio neoclásico creado por el arquitecto Carlos Villanueva; con una muestra de ciento veinte obras reunidas por su primer director Carlos Otero.

Desde el punto de vista arquitectónico, los museos son estilo neoclásicos definidos por la presencia de columnas de orden bórico en accesos y pórticos unificados a la simplicidad de sus volúmenes. Están concebidos según la estética clásica fundamentada en la simetría, la proporción y el orden como categorías sobre las cuales se produce la forma.

En ambos museos la jerarquización de los accesos principales son otro de los aspectos fundamentales; estos además de definirse por el estilo clásico, acentúan su identidad por medio de un lenguaje lapidario con caracteres tipográficos modernos. Además sus plantas de arquitectura surgen del empleo de formas geométricas, derivadas del cuadrado en el Museo de Ciencias, según los conceptos compositivos de abierto y cerrado, explosión e implosión, centrifugo y centrípeto. A lo que suma una nueva búsqueda espacial, la funcionalidad de sus áreas de circulación y de exposición al empleo de la luz.

Desde el punto de vista urbano los museos son claro ejemplo de creación de una arquitectura de la ciudad, a partir del empleo de topologías y de elementos arquitectónicos.

El museo de Bellas Artes y el de Ciencias Naturales, fueron decretados, Monumento Histórico Nacional según Gaceta Oficial del 15 de abril de 1994.

Sitio de Búsqueda: Biblioteca de la UCV/ INCES

Fuente Bibliográfica: Cruz Edgar, 25 Monumentos de Caracas, Ediciones Fundarte. 2000. Caracas, pag.82-83..

El Puente de Punceres fue el primero en la Capital

Si entre los caraqueños que dejaron su nombre en una esquina de Caracas, existió uno meritorio, ese fue sin duda el sargento Nicolás Puncel Montillas. Hace doscientos noventa años, este hombre emprendedor pidió al Ayuntamiento un terreno en la otra banda del río Catuche, para establecer su vivienda y una industria de corambre. Por ese sitio pasa hoy la avenida de las Fuerzas Armadas, al norte de la Plaza España.


Puncel fundó su establecimiento y sus casas haciéndolas prosperar con admirable laboriosidad, la cual transmitió a sus vecinos, a quienes hizo partícipes de los beneficios de su finca y de su iniciativa. Aunque el río venía por una garganta profunda, Puncel, fabricó su rueda, la coronó de grandes cántaros de barro, y pronto la noria estaba dando vueltas y sus cangilones repletos vertían el agua caraqueña en los canales de piedra que iban a surtir su tenería, dando vitalidad e impulsando el desarrollo de la zona, que poco fue famosa. Quizás a esta fama contribuyó la rara belleza de las Punceles, de nombres igualmente extraños y hasta extravagantes para los oídos modernos: Felipa Jacobina, Luisa Potenciana. Bernabela Antonia. Esas Hijas, en unión a su madre María Rosa Carrasco, colaboraban en las labores y en el aumento de la fundación y de la estirpe.

Hasta el momento se había admitido, porque así lo habían establecido ilustres cronistas, que el primer puente construido en Caracas, fue el llamado Del Catuche, mas tarde de la Candelaria y Puente Real hasta que durante el siglo pasado recibió el nombre de Doña Romualda y últimamente Romualda a secas, por haber vivido allí, Romualda Rubí, famosa matrona creadora de delicias gastronómicas inolvidables. Nadie imagina hoy, al cruzar la esquina de Romualda, que pasa sobre el renombrado puente, por encontrarse el catuche totalmente oculto por construcciones de concreto y por embaucamiento. La construcción de ese puente se ubica en 1735 y en el plano de Caracas de Enrique Mendoza Solar figura como el más antiguo.

Pero explorando en los papeles del archivo, hallamos, que por lo menos treinta años antes de que se construyera el de candelaria, Nicolás Puncel había construido por sus propios medios un puente de ladrillo y cal, para comunicar su estancia con el centro de la capital, del que hacia uso la población, y hasta los arrieros con sus cargas y recuas; así que podemos afirmar, que el Puente de Puncel el primero de construcción solidad y perdurable que tuvo Caracas, circunstancia que justificaba sobradamente, memoria que se conserva de este antiguo caraqueño, en la esquina de su nombre Punceres

Asi hemos visto cómo el sargento Nicolás Puncel de Montilla, fabricó el primer puente de Caracas, a sus propias extensas.


Sitio de Búsqueda: Personalizada

Fuente Bibliográfica: Montenegro. E .Juan. Crónicas de Santiago de León. Edición. Instituto Municipal de Publicaciones. Caracas. 1997. pag 305-306.

lunes, 11 de enero de 2010

Esquinas Históricas de Caracas lV Parte

Esquina de San Jacinto-Casa Natal

La de San Jacinto es la más antigua en su biografía, pues la casa paterna, la casa en la que vio luz por vez primera, está situada frente a la plazuela del Convento de San Jacinto que le dio nombre a la esquina. La vieja casona con su ancho zaguán cohero y sus amplios patios sembrados de plantas perfumadas y guarnecido de columnas se vio así habitado por el cuarto vástago de aquel hogar, llamado a ser el primero, de la familia americana. Inquieto, más que sus hermanos, aquélla pequeña chispa saltaba de los brazos de la madre a los de las ayas, haciéndoles sentir el aguijón de su ardor; su madre, de nuevo en cinta, le prodigaba todo el cuidado que le permitía su estado. La hermanita nace y muere de seguidas. Aquella pérdida apenas la siente el párvulo de dos años, por el extraño silencio que penetró de pronto en aquella morada donde había reinado, hasta entonces, el bullicio y la dicha. A los pocos meses, ve con asombro cómo cuelgan negros crespones entre las blanquísimas columnas y nota que ya no se oye en los ámbitos de la mansión, la voz varonil y amable de aquel señor grave y cariñoso a la vez, a quien habían aprendido a llamar papá o padre


Esquina de Veroes

Veroes, Verois o Beroiz, es apellido vasco. Sin embargo llegó a Venezuela mucho antes que la Compañía de Guipúzcoa. Los primeros entraron por Coro, donde hallamos establecido al sargento mayor alférez Antonio de Verois en 1682, quien para esa fecha contaba los cuarenta años. El primer Verois caraqueño fue Don Nicolás Antonio, inscrito como porcionista en el Seminario de Santa Rosa en 1709. En Coro no había colegio superior, y como podemos ver, la familia era ambiciosa en cuanto al futuro de sus vástagos. En tiempos del obispo Valverde ya estaba definitivamente instalada en Caracas la familia Verois. José Antonio Verois fue, primero alcalde de la hermandad, y procurador en 1739, cuando ejercían el oficio de alcalde Agustín Piñango y José de Bolívar.

Se acababan de construir las casas del conde de San Javier y el convento de las Carmelitas, en aquélla época de prosperidad que había inaugurado la Compañía Guipuzcoana. Los vascos se hallaban en su apogeo y jugaban papel preponderante en la vida de la ciudad. Habían hecho florecer los campos con los más diversos cultivos, y con su pujanza transformaban el aspecto geográfico y la economía de la provincia. Aunque a menudo se hallaban ausentes, Francisco y Pedro, miembros de la familia igualmente trabajadores, tenían sus casas en la esquina que se llamó por ellos “de Verois”, que el uso ha cambiado en Veroes.

Poco más de cien metros al poniente, la Compañía había fabricado su sólido edificio que es hoy el archivo General, y en la propia esquina de San Mauricio (hoy de Santa Capilla), uno aún mayor, que años más tarde sirvió para alojar el Parque. El sólido e indestructible edificio que soportó todos los terremotos, fue demolido para fabricar la oficina de telégrafos, hoy sustituido por una apacible plazoleta, cuya presencia se justifica sólo por el hecho de ya existir. Pero Verois también fue procurador, en tiempos del gobernador Felipe Ricardos, el hombre que arrasó la casa de Juan Francisco de León frente a la plaza de la Candelaria, la regó de sal y puso una columna donde estuvo la pared del frente, con una placa de metal en la que se llamaba traidor al Rey.

La laboriosa estirpe vascongada siguió sus actividades agrícolas aún después de extinguida la Compañía Guipuzcoana, pues José Antonio Verois, descendiente del procurador, sacaba azúcar y papelón de sus trapiches de Guarenas y Guatire, a fines del siglo XVIII; y en tal cantidad, que cubría las demandas de la zona y le sobraba para la exportación.

Durante el siglo pasado la esquina de Veroes fue centro de gran actividad. En el ángulo sureste, donde se halla hoy el edificio América, tuvo su casa el activísimo y polémico líder liberal Antonio Leocadio Guzmán. Fue en esta mansión donde se alojó su hijo, el general Antonio Guzmán Blanco, cuando entró triunfante a la cabeza de sus tropas el 15 de junio de 1863, en una Caracas profusamente adornada de banderas amarillas.

En aquél entonces vivía en casa de dos pisos, de padre Sierra a Conde, la familia Rohl, progenitora de ilustres talentos caraqueños. Durante el desfile federal, el niño Rohl se hizo protagonista involuntario de un incidente que ha podido pasar a mayores. Asomado al balcón contemplaba el paso de las tropas vencedoras que agitaban sus pabellones amarillos y daban vivas a Guzmán, cuando de pronto notan, soldados y oficiales, que el niño de apenas siete años llevaba puesto un gorro rojo, distintivo de los godos opositores. En seguida se agita la tropa y pide a grito que desaparezca el símbolo de los odiados opositores; la cuidadora obedece en seguida, retirando de la cabeza del niño el gorro en disputa, pero la madre del muchacho, doña Inés Avendaño de Rohl, goda irreconciliable, con orgullosa entereza, desafía a la soldadesca volviéndoselo a poner. Perdido el control ataca la tropa a la casona y llueven culatazos sobre el antiguo y sólido portón, cuando Guzmán, que ya había llegado a la esquina de Principal, da vuelta a su brioso caballo, calma con enérgico mando a los revoltosos y saludando militarmente al alarmado grupo del balcón, hace proseguir la parada. Al día siguiente, un edecán conduce al niño desde su casa a la de Guzmán, en la esquina de Veroes, donde en lugar de regaños recibió palabras amistosas del caudillo vencedor y un regalo muy simbólico:un canario amarillo.


Esquina la Marrón

Don Arístides Rojas no era muy amigo de la vieja tradición caraqueña de referirse a las direcciones por medio del nombre que señalaba a cada esquina de nuestra ciudad. Su mentalidad modulada en el estudio de la ciencia médica y de otras disciplinas académicas, repugnaba aquella costumbre que podía parecer de mal gusto y empapada de chabacanería, cual era la de identificar sitios y casas de habitación por los nombres por demás populares, de las encrucijadas del cuadrilátero histórico y de los aledaños que le circunscribían.

En aquella abigarrada colección aparecían y aparecen una serie de epítetos grotescos y de cognomentos que podrían pasar por vulgares, puesto que las expresiones del folclor, en todas las épocas, suelen estar teñidas de los extremos a que se atreve la picardía del común, sin propasar los límites de lo que siempre se ha llamado de una manera algo indefinida y nebulosa, “las buenas costumbres”. Como su opinión era de gran valer, cuando se procedió a elaborar la moderna nomenclatura que pretendía hacer desaparecer los vetustos nombres de las esquinas, se holgaba el eminente cronista con frases parecidas a estas: “¡Ya saldremos de la época de la ignorancia y del atraso! ¡ya no se dirá más la esquina del Zamuro o de la Miseria! La ciudad entra en una etapa de progreso y como toda ciudad culta, ya tiene una nomenclatura conforme al lugar que ocupa entre las poblaciones civilizadas del mundo”. Esta aversión de Don Arístides, plenamente justificada por la necesidad de establecer un ordenamiento riguroso en medio de aquella confusión de nombres que no podían entender los visitantes extranjeros, nos privó la valiosísima información que el eminente personaje caraqueño nos pudo ofrecer al consignar las tradiciones y leyendas que habían originado el nombre de muchas esquinas, cuya razón primera, en muchos casos, ignoramos completamente, dando lugar a inventos e infundios, que si pueden ser muy ingeniosos y evocadores de momentos nostálgicos, no hacen más que tender una cortina ante su verdadero significado. Una muestra de lo que ha podido hacer Arístides Rojas, es el excelente escrito que nos dejó en el Cují de Casquero o de Ño Casquero, o simplemente de El Cují; aunque evidentemente, lo que se propuso no fue afincar la tradición del topónimo, sino consignar la leyenda de Ño Casquero, habitante de aquel punto, que tantas peripecias tuvo que sufrir por su afán de hallar tesoros.

Nos ha podido explicar Don Arístides, posiblemente con lujo de detalles, por que recibió el nombre la esquina de Marrón, de la que sabemos tan poco. Como había sentado sus reales en aquel sitio tan céntrico, don Lorenzo Marrón, caraqueño que se codeaba con la gente más distinguida, desde que estableció allí su casa durante la primera mitad del siglo XVIII. Como tenía a pocos metros el Juego de Pelota, donde competía la nobleza de la ciudad, se hizo un gran entusiasta de aquel deporte que congregaba a la gente más joven y a otros de más edad, en aquel animado club, donde se compartía el letargo y el tedio de los días casi idénticos unos a otros, copiados por el acompasado resonar de campanas y esquilones de las iglesias y conventos, reducidos a un estrecho recinto. Por ser un hombre destacado, la gente comenzó por llamar la esquina con su nombre:”de Marrón”. Pero don Lorenzo fue regalado con dos hijas muy bellas, que cuando crecieron desplazaron naturalmente al padre, y al momento la esquina se conoció como de las “Marrones” y hasta de “las Marronas”. Don Ignacio Serafín de Castro se prendó de Margarita Petronila Marrón, prima suya, con la que se casó previa dispensa por cercana consanguinidad (1746). Pero los papeles parecen indicar que anteriormente había desposado a doña Josefa Marrón, de la que tuvo varias hijas, entre las que descollaban doña María Trinidad de Castro y Marrón, consorte que fue del madrileño don Rafael Córdoba y Verde y doña Josefa Antonia de Castro y Marrón, quien se unió con don Francisco Antonio de La Rosa y Vidal.

Don Lorenzo había fundado hogar con doña Juana Margarita Reina, matrona que reinó en aquella, su esquina, hasta su deceso en 1750. Fue en estos tiempos cuando otra de sus hijas, doña Ana María Marrón contrajo matrimonio con Bernardo José Llanos. Como había ocurrido en otros puntos, fueron las mujeres quienes hicieron famosa la esquina de las Marrones.

A pesar de su edad ya avanzada (en 1778), Don Lorenzo Marrón, en nombre de los aficionados al Juego de Pelota, en vista de que el frontón que se hallaba a una cuadra de su casa, en la esquina de la Pelota, se había arruinado desde que se usaron las piedras adyacentes que formaban el primer lienzo de las murallas de Caracas, se dirigió al Cabildo en solicitud del terreno en que se estableció la primera carnicería de la ciudad, al borde del Catuche, en donde fue luego la plaza España y es hoy el elevado de la Avenida Fuerzas Armadas, con el fin de fabricar allí el nuevo Juego de Pelota. El Ayuntamiento respondió a Don Lorenzo Marrón que en vista de lo acordado en acta del 9 de abril de 1753, se pusiese de acuerdo con don Manuel Felipe de Tovar, quien había sido uno de los pretendientes en aquel momento, para tomar una decisión definitiva en el asunto.

Fue entonces cuando don Lorenzo Marrón pudo llevar a cabo la obra del “nuevo Juego de Pelota”, cuya construcción estaba pendiente desde que don Pedro Solórzano, don Andrés de Ibarra y don Manuel Felipe Tovar, habían obtenido autorización del Ayuntamiento para levantar la cancha deportiva en el terreno de la antigua y primera carnicería de Caracas, del cual les cedieron cien metros de fondo por dieciocho de frente.

Se engaña quien supone que el tema de las esquinas se halla agotado. Ignoramos por cuánto tiempo ha de subsistir tan vernácula afición; puede durar sólo decenios o muchos siglos más. Pero mientras existía el bien patrimonial de nuestra pintoresca toponimia, nos mantendremos en su cuidado y su fomento, sin dejar a un lado el esfuerzo por enriquecerla.


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Fuente Bibliográfica: Montenegro. E .Juan. Crónicas de Santiago de León . Edición. Instituto Municipal de Publicaciones. Caracas. 1997. pag 249-.250-251-252-254-262-263-264-265-266-268-270-272.

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Esquina de Peláez

Nuestros cronistas han preferido eludir el tema de la esquina de Peláez, no sólo porque en el sitio han acontecido pocos hechos recordables, sino por que han carecido de datos sobre el personaje que dejó su nombre en aquel lugar, alejado del centro de la ciudad y rodeado de otros ángulos con sugestivos e igualmente populares nombres, tales como las esquinas del Muerto y del Sordo. Al principio de este siglo la esquina de Peláez contaba con cierta animación por ser pasadizo obligado para llegar a Puente Hierro, que no sólo en la vía que conducía al popular suburbio de el Valle, sino que daba acceso a la estación de ferrocarril situada al pie de la Roca Tarpeya. En tiempos anteriores, el camino se iniciaba en la esquina de Alcabala, pero la construcción del Puente corrió hacia Peláez la embocadura del sendero. La inmediata cochera del General Gómez, cenáculo de parientes y partidarios del futuro dictador, a la vez garito y antro, en el que, en medio de los vapores del alcohol se tramaban los más criminales conjuras, alcanzó la peor de las famas desde aquél día de 1907 en que Eustoquio Gómez, y el general Nieto, presa de la más obscena embriaguez, pasaron de la cochera de Peláez al entonces afamadísimo restaurant Bois de Boulogne, inmediato a Puente de Hierro y vecino a la quinta de la señora Soledad de Braun. Como la cuerda o rasca de tan poderosos alborotadores había causado alarma y confusión en la ciudad, el propio gobernador de Caracas, el educado galeno, doctor Luis Mata Illas, se hizo presente en el sitio con el pacífico propósito de poner fin a la prolongada embriaguez usando las maneras más amistosas; pero el instinto criminal, alentado por los efectos del brandy confundió la intención del gobernador, que fue acribillado por siete disparos hechos a quemarropa por los ebrios contra los que no valió nada la ciencia del Doctor Razetti. Negra fama adquirieron aquello contornos; aledaños en que se enseñorearon los guapetones, pavoneando su agresividad hasta la esquina de la Palmita. No obstante, en los animados desfiles carnavalescos de entonces, una vez corrida la caravana hasta la Cruz d Candelaria y dando el “corso” vuelta por la de Miguelacho, torcía al sur en Salvador de León para llegar a la esquina de Peláez, donde el juego se hacia más áspero y un momentáneo temor asaltaba a las comparsas de las carrozas, hasta que al volver en la esquina de Mamey, de nuevo al norte, la comitiva recuperaba su espontánea alegría.

¿Cuál fue el origen del cognomento? En el primer cuarto del siglo XVIII se avecindó en Caracas Don Manuel Peláez y flores, noble originario de la ciudad de Zamora, urbe antiquísima flanqueada por el Duero, que corre con reminiscencias del Lazarillo de Tormes y evoca a la legendaria Doña Urraca, señora del antiguo Reino de León, hijo, nieto y biznieto de nobles, parecía carecer de las presunciones de la hidalguía, pues contradiciendo las tradiciones de su pureza de sangre, se dedicó al oficio del comercio de telas, por lo que montó una mercería en la que se ocupaba de “varear” tejidos sin que les pareciera deshonra ganarse la vida con las tijeras, al vender lienzos a la medida. Aquel oficio ordinario hacia que la nobleza caraqueña le mirara de reojo, cosa que parecía tener sin desdén a la hidalguía a la que pertenecía por sangre fuera poco manifiesto, se enamora y se casa (marzo de 1724) con una expósita caraqueña de nombre Ana Lorenza Samar, quien como tal, no tenía padres conocidos ni genealogía. Pero poco parecía importar tal circunstancia al honrado Don Manuel Peláez, quien parecía muy feliz cortando piezas y retazos y amando a su mujer, quien le dio nueve hijos. Pero he aquí que los hijos crecen; uno se hace presbítero y los demás, más ambicioso s y vanidosos que su padre, no están dispuestos a renunciar a los privilegios y excensiones que le pertenecían por sangre. Esto hace que Don Manuel se dirija al Ayuntamiento y al gobernador para que se le reconozca a él y a sus hijos su estado en la nobleza, en 1754. El Cabildo responde que no existe impedimento para aceptar a Don Manuel como hijodalgo, con tal de que abandone el oficio de “varear” telas; pero en cuanto a sus hijos, no podrían ser reconocidos como nobles a no ser que presentara la genealogía de la madre. Ante esta negativa que priva a su descendencia de sus derechos legítimos, Peláez recurre al Rey , quien por Real Cédula firmada en el buen Retiro, el 25 de marzo de 1756, ordena el Ayuntamiento caraqueño y a cualquier otra jurisdicción de las provincias de ultramar, que se amita a los Peláez en el estado noble, acatando la orden que había enviado al gobernador Ricardos con anterioridad; pues la objeción sobre la falta de genealogía de la madre no era valedera, ya que por su condición de expósita se hallaba bajo la protección del Rey. Lo que provenían las leyes era que el peticionario, su padre, su abuelo y línea recta de varón fueran nobles reconocidos, como sucedía en el caso presente. Así fue como Don José Antonio, Don Domingo, Don Manuel Antonio, sacerdote; Don Juan Antonio, Don Diego José, Don Basilio, Don Lorenzo y Don Antonio Venancio Peláez ingresaron al estado noble de Caracas.

La familia Peláez habitó, según parece evidente, entre las esquinas de Llaguno y Cuartel Viejo, sector que recibía a mediados del siglo XVIII el nombre de cuadra de Peláez en la que la fecunda pareja hubo de poseer amplio solar para esparcimiento de tan numerosas prole. El sui géneris matriarcalismo caraqueño hizo que por largos años la esquina se llamara de “las Pélaez” feminismo repetido en muchas esquinas de la ciudad por notoriedad de sus mujeres, como fue el caso de Doña María del Carmen Peláez y Hurtado, quien casó con Don Esteban Ponte y Blanco, Caballero de la Orden de Alcántara.


Esquina de las Gradillas

Esta vista cubre la antigua Plaza Mayor, hoy Plaza Bolívar desde su centro hacia el sureste. Se dibujan claramente las arcadas del lado sur con su gran portal de entrada, hechos todos de piedra, o como decía un observador, “de cantería azul muy fina”. Calle por medio se observa el edificio del Palacio Arzobispal con sus macizos ventanales y balcones con alero. Este edificio puede observarse hoy día algo transformado, pues tiene un portón en la esquina, que evidentemente no tenía; desaparecieron los antepechos de las ventanas y los aleros de los balcones, así como el labrado portal con columnas, de la entrada principal.

Esta antigua casona, vivienda y oficina de los obispos y arzobispos, sirvió hasta de cuartel a la legión Británica en los tiempos de la guerra por la independencia.

Como no eran suficientes las “canastillas” dispuestas bajo los portales para la venta de los más variados géneros, se levantaban en plena Plaza los toldos bajo los que bullía el animado mercado de la ciudad. En años posteriores este mercado pasó a la Plaza de San Jacinto y a las vecindades de la Esquina de Miranda.

La casa de un piso que se observa en la diagonal, es la casa de Bolívar, que heredó nuestro héroe con todos sus enseres mediante el vínculo Aristiguieta.

El borde oriental de la Plaza estaba limitado por una cerca con sus respectivos faroles que se encendían todas las noches.

De nuevo, calle de por medio a la izquierda, se ven construcciones pertenecientes a la Catedral Metropolitana. De lado y lado del portal de arco que daba acceso al cementerio de la iglesia, estaban las habitaciones y la cárcel para los eclesiásticos. Hacia el sur, estuvo situado el primer Seminario de Caracas cuya fundación no se llegó a realizar, y el primer Palacio Obispal; ambas construcciones fueron completamente desechas por el terremoto de 11 de junio de 1641, día de San Bernabé.

Esta Esquina de las Gradillas, así llamada porque existieron en ella unas gradas para bajar de la calle de la iglesia a la transversal que la cruzaba frente al Palacio Obispal que estaba en un nivel inferior, ha sido siempre un cruce de gran animación.

Damas caraqueñas, poetas, intelectuales, políticos y comerciantes concurrían a ese centro en el que se dirimían lo más variados asuntos de la vida citadina y se daba pábulo al caraqueño humor.

Cuenta la tradición que, cuando el arzobispo Méndez que era tuerto mandó refaccionar el Palacio Arzobispal, muy dañado años atrás por el sismo de 1812, la ventana de la esquina quedó algo torcida.

Como quiera que el farol que allí se puso tampoco quedara derecho, el humor popular celebró la ocurrencia con el siguiente epigrama que se colocó en la esquina de Las Gradillas, en la pared del Palacio Arzobispal:



“Tuerta la Ventana
Tuerto el farol
Tuerto el Arzobispo
Tuerto el Provisor”

A lo que añadió un transeúnte aún más chistoso:
“Y Tuerto los vecinos
Del rededor”.

Esto último aludía a un comerciante francés de apellido Rey que tenía su tienda en la casa de Bolívar y había perdido un ojo en la batalla de Leipzig y a un señor Hernández que tenía una canastilla frente al Palacio Arzobispal.


Esquina de Principal

Dos maquetas, una de tiempos remotos y otra más moderna, nos muestran esta histórica Esquina de Principal.

En la antigua, la artista nos enseña el pequeño cuartel de dos pisos, uno para los oficiales y otro para los soldados, que era la sede de la Guardia Principal. Este reducido edificio ubicado dentro de la Plaza Mayor, vecino a las arcadas de piedra, fue el que dio nombre a la esquina que desde esas remotas épocas se conoce como Esquina de Principal.

La construcción alargada que se ve, al cruzar la calle, fue la Cárcel Real. En ese sórdido edificio fueron castigados y torturados esclavos, revolucionarios y hasta gobernadores. Las rejas permitían a algunos de los reos el contacto con el exterior “para que pudieran practicar la caridad pública”.

Por esa puerta frontal, salió José María España maniatado, con el blanco atuendo de los proscritos, arrastrado por una cuerda atada a la cola de una bestia mular. Halado de esa manera infamante, pasó bajo el arco de piedra inmediato que daba acceso a la Plaza. a la izquierda de las tiendas de lona, hacia el centro de la Plaza, estaba situado el rollo y la horca para el castigo de los condenados. Hasta allí, en una mañana de Mayo
(8-5-1799) fue humillado el Patriota y ahorcado por el verdugo. El Cura de la Catedral Dr. Vicente Echeverría, amigo de España, pero fiel también a la Madre de España, pronunció en el momento sentidas palabras que nos ha transmitido la tradición por medio de Juan Vicente González. Escojamos unas pocas:”Dejadme llorar como David, al nuevo Absalón que ha fenecido colgado de ese árbol funesto: Absalón fili mi…!”…Mi fé es de mi Rey; dejadme mis lágrimas para mis amigos”.

Enseguida, el Ministro de la Real Justicia (Así se llamaba al verdugo) un negro de nombre Agustín Blanco, procedió a su horripilante trabajo ante la silenciosa ante la silenciosa concurrencia; cortó primero la cabeza, que colocada en una jaula debía levantarse en un poste en el camino de la Guaira; luego, procedió a partir el cuerpo de España en cuatro cuartos, cada uno de los cuales debía colocarse en los sitios señalados en la sentencia. Ese fue el triste destino de uno de esos grandes héroes, que con el sacrificio de su vid abrieron las brechas que ensancharon nuestros próceres en la conquista de nuestra independencia.

La maqueta moderna de la Equina de Principal nos muestra la Casa Amarilla en el lugar de la Cárcel Real. Esta es hoy, nuestra Cancillería, y desde fines de siglo pasado sirvió de vivienda a algunos Presidentes de la República.

En su extremo izquierdo, esta fachada nos muestra un balcón con tres arcos, que marca la ubicación del Consejo Municipal en 1810. El 19 de abril, cuando Francisco Salias y sus compañeros conminaron al gobernador Emparan en la puerta de la Catedral para que volviera al Ayuntamiento, el pueblo se apiñó bajo ese balcón en espera del pronunciamiento del Cabildo.

Célebre es la escena que protagonizaron el gobernador y los concejales cuando Emparan se asomó al balcón para consultar la opinión popular.

Un prominente médico republicano con cuya memoria se ha sido ingrato, fue la voz del pueblo al contestar: reforzando el NO, con amplias negaciones de brazos y manos. S e trataba del Dr. Rafael Villareal. Según el historiador Yanes, testigo de los acontecimientos, después de esa manifestación del Dr. Villareal, siguió el vocerío popular y el gesto del Padre Madariaga, quien ha pasado a la historia como el promotor de la negativa pública haciendo señas tras el derrocado gobernador.




















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Esquina de San Pablo

En esta Plazoleta se ve la antigua iglesia de San Pablo, seguida del hospital del mismo nombre, que en un tiempo sirvió de cárcel.

En este sitio exactamente, se halla hoy el Teatro Municipal. La iglesia de San Pablo fue derrumbada por Guzmán Blanco, quien consideró digno del espíritu progresista, demoler el pequeño templo que hoy sería una joya de nuestra arquitectura colonial, para levantar un fastuoso teatro que prestara vigor a la cultura caraqueña.

En la maqueta, Ruth Neumann representa la procesión del Nazareno de San Pablo. Desde el siglo XVII se veneró su imagen sevillana hecha de pino flamenco, pertenece a la Iglesia de San Pablo. Cuando la pequeña iglesia fue demolida, el Nazareno fue apostado en la iglesia de Santa Teresa, donde se le conoce con el mismo nombre antiguote “Nazareno de San Pablo”, a pesar de que ha pasado más de un siglo desde que dejó de existir su casa original. Hay que acercarse a la iglesia de Santa Teresa un miércoles santo, para darse cuenta de la magnitud del fervor y la afición que tiene el caraqueño por la antiquísima reliquia. Mujeres, niños, ancianos, jóvenes de todas las edades, unos en hábito morado, otros con sus ropas habituales, hacen largas y ordenadas filas para poder entrar al templo unos segundos, los suficientes para postrarse ante la bellísima obra de imaginería colonial.

Esta veneración, una de las más antiguas y constantes de Caracas, ha sido inmortalizada por el verso recio y profundo de Andrés Eloy Blanco en el “Limonero del señor”.

El ámbito de la Plaza de San Pablo ha desaparecido para dar lugar a la Torre Sur del Centro Simón Bolívar.

En el centro se puede ver la antigua fuente que estuvo primero en la Plaza Mayor (Bolívar). En 1771, esta fuente se cambió por una nueva que se pagó por suscripción popular. Esta también fue de piedra labrada como la anterior, pero tuvo unos mascarones por los que salían sendos chorros de agua para servicio de la parroquia.

En el ángulo del fondo se ven, a la izquierda, la casa del general José Tadeo Monagas, que siguió habitando su viuda Doña Luisa Oriach; a la derecha, la casa de los Salias, famosa por haber sido peña literaria el siglo pasado así como el sitio de reunión de los patriotas revolucionarios. Esta casa dio seis próceres a la patria, de los cuales sólo uno sobrevivió a las insaciables fauces de la guerra.


La esquina de la Pelota

En tiempos del gobernador Alberro, el recinto de la ciudad de Caracas era muy reducido, pues apenas “8.000 almas de comunión” vivían en ella, incluyendo los arrabales. De allí que el límite hacia el este, en lo que hoy es la Avenida Urdaneta era la esquina de la Pelota, por donde corría, siguiendo paralelamente el río Catuche, la muralla que subía a la esquina de Arguinzones o Maturín, para envolver el convento de la Merced, donde los frailes hicieron demoler dos de los baluartes porque estorban la entrada la entrada a su monasterio. Cuando terminó el mandato de Alberro, decayó la construcción de la muralla que había sido edificada en contra de la opinión de los caraqueños y su ayuntamiento, quienes estaban convencidos que era más conveniente para la defensa de la ciudad el castillo al que se había dado comienzo en las inmediaciones del sitio donde se hizo la iglesia de la Pastora.

La vida apacible y semirrural se veía interrumpida por la amenaza de enemigos en las costas, por las epidemias a la corta población o por las plagas que arruinaban las cosechas; no obstante, Caracas seguía creciendo paulatinamente, y el grano del cacao hacia ricos a los cosecheros y despertaba las apetencias de los empresarios europeos que pronto se hicieron presentes con la Compañía Guipuzcoana. Los vascos, laboriosos, con su rigor, trajeron sus usos; y como hallaron en pie aquellos gruesos lienzos de muralla, no tardaron mucho en observar que aquel sitio era muy a propósito para el juego de pelota, por lo que hicieron las reformas y adaptaciones ara crear la primera instalación deportiva conocida en la historia de Caracas. Desde entonces se llamó el lugar “la calle de la Pelota” y luego, y hasta nuestros días, “la esquina de la Pelota”.

El entusiasmo por aquel deporte se hizo mayor cada día, por lo que con el tiempo, aumentó el número de aficionados que acudían a jugar o a observar las competencias en la esquina de la Pelota, que se hizo, por esta razón, uno de los sitios de mayor animación de la ciudad. Pero ocurrió que en 1753, el regidor Fernando Antonio de Lovera y Otañez, a cuyo cargo estaba la construcción de los portales de la Plaza Mayor, pidió licencia para demoler la muralla de la calle de la Pelota, pues necesitaba la piedra para contener el terraplén que nivelaba la Plaza. El cabildo dio permiso al constructor, quien, sin dilación procedió a tumbar el antiguo muro, para desaliento de los aficionados que ya por muchos años asistían al frontón.

En vista de este suceso los deportistas se dirigieron al Cabildo en los siguientes términos: “Don Pedro Solórzano, don Andrés de Ibarra y don Manuel Felipe de Tovar, vecinos de esta ciudad, por sí, y en nombre de los demás sujetos distinguidos que ejercitan la honesta diversión del juego de la pelota…decimos , que de tiempo inmemorial hemos tenido la dicha diversión en la calle que denominan de la Pelota, la cual siempre hemos compuesto y aliñado a nuestra cuenta y mediante a que al presente se halla entendido en el desbarate de la muralla en que estaba afianzando dicho juego… para poder continuar la tan honesta como permitida diversión… se ha de servir V/S/M.Y. concedernos un sito y solar que se halla en la Plaza de la Carnicería inmediata al río Catuche, que se compone de ciento y más varas de fondo y dieciocho de frente, para formar en él la referida diversión del juego de la Pelota.

La carnicería Antigua o Principal estaba situada a la orilla del Catuche, en el area de la esquina de Punceres, y se hallaba limitada, al este, por un espacio amplio que corresponde, en parte a la Plaza España de ahora. El Cabildo respondió favorablemente al ceder lo necesario “para alzar paredes y formar un Juego de Pelota dejando “ocho varas” para la calle que baja al río, por el lado norte y que el lindero sur estaba ocupado por las casas del padre Blas Arráez de Mendoza. Además daba las gracias a los solicitantes por que su iniciativa “se refunde en la utilidad común”, por lo que quedaban exonerados de impuestos.

Por muchos años permaneció la nueva casa del Juego de Pelota en esa zona; tanto que cuando de Pons visitó la ciudad a principios del siglo pasado, halló tres frontones, uno situado al extremo sur, cerca del Guaire, otro “al oriente, no lejos del Catuche” y uno adicional, más alejado hacia el este. Según este crítico empedernido, los criollos: observan exactamente las reglas, y sin desarrollar una habilidad tan grande como la de aquellos (los vascos), lo practican bastante bien para distraer a los aficionados que asisten a sus partidos”. También observó el viajero, que muy pocos jugaban la pelota con la mano descubierta ya que la mayoría usaba la pala o la raqueta.

No obstante, la observación del francés parece no haber sido del todo exacta, pues en el año de 1800, el procurador del Cabildo, explicaba, que desde hacía muchos años, el establecimiento a la orilla del Catuche se hallaba abandonado; el jugo se había suspendido y los responsables no atendían su mantenimiento, por lo que las paredes se habían inclinado y amenazaban con derrumbarse. Esta circunstancia hizo posible que don Pedro de Vegas y Mendoza, pidiera al Ayuntamiento que le entregara el solar del Juego de Pelota “nuevo” para hacer una vivienda; la solicitud se basaba en el peligro que representaban las paredes en desplome, además de que el sitio se había convertido en depósito de “basuras e inmundicias”. El Cabildo, mediante experticia del alarife de la ciudad, dio órdenes para que se derribaran los muros en el término de tres días. Se discutió sobre quién debían cubrir los gastos, pues los deportistas adujeron que no eran propietarios, pues usaban el terreno como “mero comodato”. El asunto pasó a manos del gobernador, pero al fin, el procurador pudo hacer su casa en el juego de pelota “nuevo”, para alegría de los vecinos que ya no verían sus techos maltratados por las pelotas.

La antigua sede del juego, en la actual esquina de la Pelota, fue utilizada por el Cabildo para construir “canastillas” o locales comerciales para alquilar, a un costo de trescientos sesenta y dos pesos con dos reales, circunstancia que benefició al vecino inmediato, don Juan Pablo Mantilla, quien aprovechó el momento para pedir su “paja” o tubo de agua. Estas canastillas fueron totalmente derruidas por el terremoto de 1812; sólo quedaron los cimientos y el empedrado, que el alarife evaluó en 71 pesos, 5 reales y 3 cuartillos, lo que daba a la propiedad un valor total de 277 pesos con 4 reales.

En efecto, el Maestro Mayor de Albañilería, José Agustín Ibarra que no tiene que ver con el nombre de la esquina inmediata visitó y midió el viejo solar, que lindaba al oriente con cas de herederos de Juan Burgillos; por el sur, calle de por medio, con el casa de los Lovera; y por el poniente y norte con solares de José Antonio Hernández Bello, a quien se le concedió el solar en 1815, mediante el pago de 8 pesos y ½ reales al año.

Por estos datos, podemos situar exactamente el viejo solar del Juego de la Pelota, que tenía 36 varas de fuente, por 18 y ½ de fondo, en el ángulo noreste de la actual esquina de la Pelota, inmediatamente al este de la casa que ocupaba la esquina propiamente dicha.

Esquina de Traposos

La de Traposos es una de las esquinas de Bolívar, su casa natal está hacia el norte, hacia la esquina de San Jacinto; la de sus tíos Palacios, al Oeste, hacia la esquina de Sociedad. El nombre de la Esquina de traposos es uno, cuyos orígenes se nos muestran menos claros. A esta confusión contribuye no poco la inspiración de nuestros cronistas, quien basado en una u otra interesante conjetura han liberado su imaginación, siempre esperanzados en el acierto de su estro.

Uno de ellos, el talentoso Lucas Manzano, matizando siempre sus escritos con una pizca de buen humor, nos hace pensar que la esquina derivó su nombre de una familia venida a menos que se vio en la situación de vender ropa vieja. Esto le llevó a afirmar que traposo, significaba lo mismo que ropavejero, trapero o trapista. Leámoslo a él mismo: “…Allí vivió un buen número de años una distinguida familia, que por reveses de fortuna fue delegada a último término…(los vecinos) resolvieron enviarles ropas fuera de uso para que cubriesen sus cuerpos, pero cuando se vieron atiborrados de trapos y que otros más pobres podían adquirirlos a bajos precios, establecieron la primera y una sonada venta de ropa vieja”.

Pero “Traposos” como nombre común, no existe en los diccionarios de la lengua castellana, por lo que no podemos confirmar la interpretación propuesta.

Esa esquina se llamó en tiempos de la república, Esquina de Arrechederra o de los Arrechederra, por la familia que vivió en el sitio. Don Miguel Gerónimo Arrechederra fue uno de los jueces corregidores designados en tercera elección. Como patriota sirvió a los intereses de la nación hasta el momento en que Boves tomó la ciudad en 1814.

En tiempo de la dominación realista, desapareció el nombre de Arrechederra, y en adelante, la esquina figuró en los mapas de Caracas con el nombre de “Esquina de los Traposos”.

En circunstancia nos permite conjeturar, que tal era el nombre de una familia realista que se asentó en el sitio sin dejar otra memoria de su existencia, entonces, decir “los Traposos” era igual que decir, “los Palacios”, “los Ibarra”, “los Escalonas”, los Veroes”, “las Sanabrias”, “las Madrices”, “las Bejarano”, “los Mantillas” y otras tantas familias que en un momento dado le dieron nombre a las esquinas de Caracas. Mucho de esos nombres sobreviven en la ciudad actual.

Como nombre propio, “Los Traposos”, existió en Caracas por lo menos desde fines del siglo XVII, puesto que había una calle denominada de “Los Traposos”, mucho antes que el cognomento se aplicara a la esquina que estudiamos.

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Esquina de la Torre

La Iglesia Catedral no tuvo torre sino alrededor de los cien años de su fundación. Anteriormente, las campanas colgaban de unos horcones de madera que servían de campanil. Cuando el obispado tuvo los recursos necesarios, decidió reconstruir toda la Iglesia con una elevada torre de tres cuerpos y un remate de columnas y pequeña bóveda. El alarife constructor fue Juan Medina, quien no escatimó su ciencia y su arte para dar toda la posible perfección a aquella afilada forma, que encaló toda de blanco.

Los terremotos hicieron grave daño a la torre, sobre todo los de 1766 y 1812. Remate, tercer cuerpo, luego el segundo, tuvieron que ser sucesivamente demolidos por el interior de la torre. Hoy luce más modesta, con sólo dos cuerpos en lugar de tres y un remate mucho más sencillo que el de Juan Medina.

Bajo la torre y con el portal de la Catedral como escenario, ocurrió aquel memorable acontecimiento que eterniza en su cuadro del 19 de abril de 1810 Juan Lovera, cuando el patriota Francisco Salias obliga al gobernador Emparan a volver a Cabildo. Sin ese gesto valeroso y decisivo de Salias, la historia de nuestra revolución independentista habría tomado muy distintos caminos.

El reloj de la torre fue puesto en su sitio, hace ciento veinte años, durante la administración del presidente Rojas Paúl. Un relojero español residente en Londres fue el encargado de fabricarlo y montarlo con todos los requerimientos de la técnica. Se halla en tan buenas condiciones, que bien puede durar varios siglos más, si sigue recibiendo el excelente mantenimiento con el que se le ha cuidado hasta ahora. Seis relojes le precedieron en la Catedral; mientras más antiguos más modestos e imperfectos.

Las campanas son más nuevas que el reloj; cuando vinieron de España en la primera década del siglo, se colocaron en los ocho arcos que ocupaban las anteriores, las cuales fueron vendidas para su fundición, excepto una que se llamaba “La Concepción”.

Esta esquina fue el punto más activo de la capital. A su alrededor se hicieron hoteles, negocios mercantiles y cafés, todos de gran fama y animación.



Esquina de las Monjas

En esta esquina de la maqueta está ahora el edificio “La Francia”. Diagonalmente se sitúa el edificio del Consejo Municipal de dilatada historia, en él se reconstruyó a partir de sus conservados restos, la Capilla de Santa Rosa de Lima. Altar de la Patria, donde el Congreso Constituyente declaró la independencia de Venezuela el 5 de julio de 1811.

El nombre de este céntrico crucero, en el ángulo suroeste de la Plaza Bolívar, proviene del Convento de Monjas Concepcionistas que se encontraba allí, calle de por medio de la casa que nos muestra la maqueta.

Este Convento que un antiguo Cronista llamó “cigarral de virtudes” fue fundado en 1636 por Doña Juana de Villela, quien con sus hijas, sobrinas y otras jóvenes había tomado el hábito de la Inmaculada Concepción.

La pequeña Iglesia del Convento y su entrada principal, estaban orientadas hacia el colegio Seminario situado donde está el actual Concejo Municipal, pero como se puede apreciar en el cuadro de Nuestra Señora de Caracas, también existió una puerta, cuya apertura daba al norte, hacia las casas que nos muestra la fotografía.

El Convento fue extinguido junto con otras instituciones religiosas por decreto del general Guzmán Blanco. En seguida fue demolido y sobre su terreno fue construido el Capitolio y el Palacio Federal.

Como las monjas se resistieron por todos los medios a los razonamientos y al poder oficial, el gobierno optó por demostrar la firmeza de su decisión. Con un despliegue policial que llamó la atención de toda la ciudadanía, fueron descerrajadas las puertas del claustro y las religiosas expulsadas poco menos que a empellones sin permitírseles llevar sus pertenencias, espectáculo que levantó muchos rumores y dudas que pesaron sobre el autoritario gobernante hasta el fin de sus días.

Cuando la abadesa María Teresa de Castro Ibarra, pariente de la esposa de Guzmán Blanco pidió licencia para que las más ancianas y enfermas de las monjas pudiesen vivir juntas como estaban acostumbradas a hacerlo, el mandatario les negó el permiso respondiendo a la supervisora: “Ustedes han servido a Dios según sus ideas, las leyes y las costumbres de su tiempo y yo sirvo al mismo Dios conforme a las ideas, leyes y costumbres del mío”

A pesar de que hace más de un siglo que desapareció el convento, el sitio quedó bautizado definitivamente como Esquina de las Monjas.



Esquina del Chorro

En tiempos del Obispo Antonio González de Acuña, propulsor del acueducto de Caracas, se determinó continuar la acequia que atravesaba la Plaza Mayor y surtía su fuente, hacia el Convento de San Jacinto. Los padres hicieron en su plazoleta una abundante pila de agua para servir a los vecinos de la zona; luego, el conducto atravesaba el convento, irrigado los jardines y hortalizas que se encontraban en su recinto, hasta que cumplido sus propósitos, desembocaba en la parte sur de la edificación, en un grueso chorro que caía de cierta altura a la calle, donde se encauzaba de nuevo en una acequia descubierta.

Esta constante caída de agua sirvió de punto de referencia y así dio el nombre a la esquina, que para siempre se llamaría Esquina del Chorro. Aunque con los años la corriente de agua fue cubierta y hecha subterránea, ya el vecindario y toda Caracas, con su sempiterno derecho a dar nombres por la voluntad popular, había bautizado definitivamente el punto, que conserva su nombre desde hace más de trescientos años.

Exactamente lo mismo que hemos descrito del Convento de San Jacinto, ocurrió con el de San Francisco, En la esquina de Principal un ramal de acueducto fue dirigido al sur; al llegar a San Francisco se fabricó una amplia fuente pública en su plazoleta, que fue por cierto en su momento, también fuente de discordias; cruzaba las huertas del establecimiento, detrás del cual desembocaba en gruesa corriente que le dio a la esquina el nombre de Chorro de San Francisco.

No duró expuesto tanto tiempo como su homónimo, por lo que al ser sumido, ya no sirvió de señal de referencia. Hoy esa esquina se llama Pajaritos.