Se ha dicho y se repite a menudo, cuando se trata el asunto, que el nombre del cerro Avila tuvo su origen en el de uno de los conquistadores y fundadores que vinieron con Diego De Losada, llamado Gabriel de Avila. Avila fue alférez mayor de ejército que vino a castigar a los indios Toromaimas y otros grupos Caracas, por haberse atrevido a destruir dos pueblos españoles que había fundado Francisco Fajardo en el asiento de nuestra capital y en el de Caraballeda.
Sin embargo, nos hallamos que el topónimo vino a usarse a principios del siglo XlX coincidiendo con la visita del sabio Alejandro de Humboldt. Cuando el científico ascendió a La Silla de Caracas, hizo nacer en la población una fuerte moda que puso a las serranías en primer plano, dado el especial interés que manifestaba el ilustre explorador germano por aquellas alturas, en cuyo ascenso claudicaron las piernas enclenques de los citadinos, acostumbrados a montar pero no a remontar barrancas y despeñaderos. Se puso al orden del día el cerro, y cuando los caraqueños oyeron de labios del propio Humboldt el cognomentos. Cerro del Avila o Monte del Avila, ya nadie se aventuró a referirse a él de otra manera. Si aquello no fue un bautizo fue una confirmación con lo que quedó establecido definitivamente el topónimo.
Con su immenso prestigio y poderosa influencia, ha debido ser suficiente que Humboldt mencionara el cerro de Avila, para la ciudad lo repitiera, se extendiera el nombre consagrado por la fama y se fijara para siempre a nuestra montaña por mandato de habla popular. Juan Ernesto Montenegro, Crónicas de Santiago de León, 1997, pag 16.
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